“Confía en el Señor y haz
el bien; establécete en la tierra y mantente fiel. Deléitate en el Señor, y él
te concederá los deseos de tu corazón. Encomienda al Señor tu camino confía en
él, y él actuará”. Salmo 37, 3-5
¿Qué significa confiar en los
demás? ¿Y confiar en el Señor? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a confiar en
Dios? ¿En qué situaciones concretas se nos juega esa confianza? En este
encuentro proponemos revisar cómo vivimos nuestra confianza en Jesús y su
Palabra. Es
cierto que sólo confiamos en quién conocemos: “Nosotros hemos conocido el
amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” (1 Juan 4:16).
Confiamos en quien nos ama y
nos quiere de verdad. Y cuando experimentamos en nuestra vida la profundidad y
abundancia del amor de Dios, nuestra confianza crece hasta el punto de poner
nuestra propia vida en sus manos. A un amor sin límites, corresponde una
confianza sin límites. En ocasiones, nuestra confianza se pone a prueba cuando
en nuestro camino aparecen las inseguridades, los temores, las dudas, las
dificultades. Y es allí donde el Señor nos vuelve a llamar a poner nuestro
seguridad en su amor que no falla: “En el mundo tendrán que sufrir, pero tengan
confianza: Yo he vencido al mundo” Jn. 16,33
2º
momento: Iluminación con la Palabra
El coordinador o catequista
anuncia: Lc. 7, 1-10 “Curación del sirviente de un centurión”
“Jesús entró en Cafarnaún.
Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que
estimaba mucho. Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos
para rogarle que viniera a sanar a su servidor. Cuando estuvieron cerca de
Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: “Él merece que le hagas este
favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga”. Jesús fue
con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó a decir
por unos amigos:
“Señor, no te molestes, porque
no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a
verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se
sanará…”
- Lo primero que nos llama la
atención que el destinatario de esta acción milagrosa de Jesús es un romano. En
este caso un centurión, que era un oficial de las tropas romanas que estaba al
frente de cien soldados. Este centurión era simpatizante de la religión judía ya
que había mandado a construir una sinagoga. No debemos olvidar que los judíos
odiaban a los paganos, a los militares romanos y a todos los que se relacionaban
con ellos por estar sometidos al imperio romano. Jesús no se queda en las
apariencias, y su mirada ve más, penetrando el corazón de los
demás.
- Lo mismo podemos decir del
centurión, que a pesar de tener a su cargo a cien soldados, se presenta humilde
y confiado ante un maestro judío llamado “Jesús”. Por otro lado, señalamos que
se presenta ante el Señor, no para pedir algo para sí mismo, sino para
interceder por un servidor enfermo (que se nota que quería mucho).
- No solo confía plenamente en
que Jesús es capaz de sanar a su servidor, sino no necesita verlo para creerlo.
Confía que tan solo la palabra de Jesús tenía poder para curarlo, aún a la
distancia.
- Los judíos no podían entrar
a las casas de los paganos por miedo a quedar impuros. Jesús una vez más expresa
que está por encima de la las leyes y se muestra dispuesto a ir a la casa del
centurión para sanar a su servidor. Pero el centurión demuestra una gran
humildad y confianza, ya que a pesar de ser un importante oficial romano que
tenía bajo sus órdenes a tantos soldados, le dice al Jesús: “Señor, no soy digno
de que entres en mi casa, pero basta tu palabra para que se cure mi
criado”
- Es tan grande la confianza
del centurión que Jesús la propone como modelo. “Yo les aseguro que ni siquiera
en Israel he encontrado tanta fe”. La confianza de este centurión consiste en
creer en Jesús, sin reservas. Acepta y confía en su Palabra, sin condiciones. No
necesita ver para creer, ni pruebas para confiar.